lunes, 20 de septiembre de 2010

Relatos de mi vida (parte V)

Morena, de corta estatura, colocha (morocha, en otros países), seria, muy seria.

Un día, mientras salía del taller de mi área ocupacional, algunas compañeras se acercaron conmigo y me dijeron que querían "presentarme" a alguien.  Era ella.  En realidad parecía bastante nerviosa, incómoda.  Supe con el tiempo (porque todos lo sabíamos) que estaba enamorada de mí, mucho.

No me gustaba, no me interesaba, así que nunca hice nada.  Ella no estaba en mi clase, así que no teníamos ninguna excusa para relacionarnos de ningún modo.  Con el paso de los meses, después de notar que la chica del relato anterior (hacer click aquí) me había "eliminado" al igual que otra (la del próximo relato), me sentí triste.  A esa edad uno quiere estar con alguien.  Por ese primer año no sabía quién era el amor, desconocía a Dios, esa parte espiritual del amor.

Me senté, analicé y supe que esta chica que al parecer verdaderamente me amaba, era la mejor opción.  Supuse que después de tanto, ella ya no estaría interesada, pero no perdía nada con probar.  Me costó horrores acercarme a donde ella tradicionalmente se reunía con sus amigas.

Una vez, en el bus, ella estudiaba cocina, y me ofreció un pastel de chocolate.  Triste y torpemente se lo desprecié.  Le dije que le agradecía pero que no me gustaba el chocolate.  Algunos minutos después supe que ella lo había guardado todo el día especialmente para mí.  Seguramente los nervios se aglutinaron cuando se acercó a darme el regalo, y seguramente algo pasó cuando no lo recibí.  Sólo quise ser honesto, como siempre.  Y es que el chocolate no me gusta, así que pensé que era un ofrecimiento casual y no le recibí aquel pastel.

Un buen día, me armé de valor y llegué hasta donde ella estaba.  Le hablé, ella tenía cara seria, casi no me habló y yo me sentí como idiota.  Sin embargo, como un idiota inteligente (perdón por la cacofonía).  Inteligente porque al menos me había quitado la duda y no pensaría "qué hubiera pasado si...".

Desde entonces sentencié que la única que en realidad me había amado (yo sabía que sí), había dejado de hacerlo.

Nueve años después, con técnicas de investigación (mi trabajo en la agencia de investigación dio frutos), encontré su e-mail.  Y le hablé claro.

Ella no sabía quién era yo.  Y a decir verdad, NUNCA HABLAMOS TANTO como la primera vez que intercambiamos letras por el MSN.

Por ese entonces yo hacía mucho trabajo de campo.  Recuerdo que estaba haciendo una investigación sobre un cadáver que había salido de forma anómala; fui al cementerio, a la morgue, a todos lados a buscarlo.  Investigué en el Instituto Nacional de Ciencias Forenses y estuve de arriba a abajo, tratando de establecer las causas reales de su muerte.

En una ocasión, esta chica me había comentado que estaba estudiando en un hospital nacional.  Así que ese día me tocaba ir allí, le dije que si podíamos vernos.  Hablamos tal vez quince minutos, cosa breve.  Pero eso fue suficiente e implantamos un nuevo récord.  Nunca habíamos hablado tanto, repito.

Siempre la percibí como alguien inteligente, seria, divertida.  Y admito que llegó a interesarme por aquellos años.

Ahora que la encontré me contó que se había casado y que su vida era diferente.

Entre ella y yo han pasado muchas cosas.  Ha sido una historia digna de contar siempre.  Aprendí a no despreciar, aprendí a que si no me animo yo, se animará otro.  Aprendí que uno siempre debe luchar por lo que quiere.

Hoy ella dice seguir enamorada de mí.  Tristemente no sé corresponderle.  No es algo posible.

Después de ella.  Pasaron dos cosas muy puntuales que provocaron que empezara a escribir este blog, en papel.

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