viernes, 7 de octubre de 2011

Carta número veinte

Nunca pensé que escribiría la veinte.

Hace casi una semana te vi después de mucho tiempo.  Contrario a lo que cualquiera podría pensar, no te estaba huyendo, esperaba con ansias encontrarte frente a mí.  Sólo que los nervios y el deseo de encontrarme pleno para ese reencuentro me hacen parecer tonto, extremadamente serio además.

No sé si leas esto, es difícil.  Y aunque lo hicieras, sé que nunca me lo dirás, o al menos no por ahora.

Esperaba darte un abrazo, lo intenté y fingí no percatarme que lo despreciaste.  Me saludaste cordialmente, como diciendo "la educación no pelea con nadie, saludémonos de una vez por todas y ya, punto final a esa duda mutua de cómo reaccionaremos".

Te veías simpática como siempre.  Envidié aquellos momentos en que conversábamos cuando recién nos conocimos y buscabas hablarme más para ser amable y buena líder que por una amistad pura y verdadera.  La última vez que te pedí tu amistad me dijiste que no te interesaba "ni siquiera eso".  Fue doloroso.

Ahora que te volví a ver, quise verte a los ojos, tal vez preguntarte cómo has estado (de rutina) y volver a preguntarte "de verdad" (porque me interesa en serio).

Sólo quería que supieras que no pasé desapercibido nuestro encuentro.  Soy iluso, pero a veces sueño otra vez con vos.  Ya sé que estoy loco y soy demasiado necio.

El amor nunca deja de ser.


P. D.  Tu hermana me dijo que vos manejás muy despacio y que por eso llegaron tarde; aunque también confesó que ella, como era de suponerse, se levantó tarde.  Dame un beso.

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