lunes, 21 de marzo de 2011

De cuando nos empezamos a ilusionar

Te ilusionas, te ilusionas más, te enamoras.  Quizás no es la forma más científica de describir el proceso de enamoramiento.  Qué me importa.

Cuando nos empezamos a ilusionar varias cosas suceden adentro de nosotros, sigue las señales:

Idealizas a la persona.  Le atribuyes cualidades que no sabes si tiene, los defectos los minimizas.  En realidad, te mueres por verle, hablarle, te desesperas un poco y cada vez más, por compartir tiempo a su lado.

Algo curioso: aquellas cosas que sí son "puntos en contra" de él o ella, los ves como "superables" o "aguantables".  Maximizas sus virtudes.  Si sabe cantar, presumes con tus amigos que "el nuevo" o "la nueva" candidata es cantante.  Si sabe bailar, lo presumes; si sabe escribir, destilas esa cualidad por todos lados.

Algo más: le cuentas a tus amig@s de él.  Pero, lo cuentas con mucho entusiasmo, entusiasmo que ellos notan y que más de alguno o alguna te lo dirá.  Te hará ver que te estás ilusionando, tú sonreirás.  Pedirás, como chiquill@ que te molesten con esa persona, y en términos generales, esa nueva persona empieza a consumir parte importante de tu tiempo.  NO hablo precisamente de tiempo presencial, sino que, a partir de entonces, dedicas pensamientos a él o a ella.

Cuando empiezas a ilusionarte, inevitablemente recuerdas relaciones anteriores, casi al borde de la comparación.
Continúo luego.

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