martes, 6 de octubre de 2009

Si el "hubiera", se convirtiera en "fue"

“Desconozco muchas cosas de tu vida. Tengo curiosidad por entender algunos vestigios del transcurrir de tus años de existencia. Pero eso no descompone lo que indudablemente siento; ese sentir que no busca, no pretende y que tampoco tiene relación con lo romántico”.

Hace muchos años hubiese querido hablar con alguien. Alguien que nunca supe quién era, pero que siempre quise saberlo. Alguien que estuvo muy cerca, pero a la vez estaba a una enorme distancia. Alguien a quien de plano tuve la oportunidad de conocer y la desperdicié. Alguien que talvez hubiera cambiado parte importante de mi historia y a quien yo también le hubiera cambiado la vida; quizás, sólo talvez, pero no lo sé ni lo sabré. Quise decir, alguna vez, un día de tantos que la vi pasar, algo como esto:

Hola, ¿estás bien? Te he visto y noto que eres callada, inteligente, pero sobre todo interesante. No me digas que no tienes nada de especial, esa es decisión mía; es asunto mío determinar cómo creo que eres.

Talvez ella hubiera sonreído y el color de la piel de su rostro se hubiera enrojecido. Un momento, para continuar relatando necesito sacudirme de ese “hubiera”, porque ya dicen que el “hubiera”, no existe y en mi caso, efectivamente, ese hubiera nunca existió, pero me permitiré creer que el “hubiera” fue mi realidad, que ese “hubiera” es un “sucedió de esta manera”; así que mejor diré las cosas como si “hubieran” (es la última vez, lo prometo) sucedido en realidad, lo daré por hecho.

Prosigamos:

Ella se ruborizó cuando yo le hablé. Noté que un par de sus amigas, las inseparables de siempre, la veían a distancia y se burlaban de sus notables nervios por estar precisamente frente a mí. Por supuesto, yo ignoré sus nervios para que no se pusiera más nerviosa y así ayudar a que se concentrase en la plática del momento. De pronto sonrió y pensé para mí “no es tan fea después de todo; de hecho, es bonita”. Yo hice como si reía, me hice el importante, saludé a un amigo que pasó cerca para verificar que todo estuviera en orden y asegurarse de que yo no necesitara una excusa para irme, algo como “tengo que ir con mi amigo” o “tenemos pendiente una tarea”. Era un buen auxilio, pero entendió mi señal y supo que todo iba por buen camino, que no tenía que interrumpir mi plática con la chica, pues yo me sentía a gusto con ella.

Sonó el timbre que avisaba que era el momento de iniciar las clases; no hablamos casi nada, igual que las otras veces, pero ahora, no sé por qué, yo tenía el presentimiento de que esta vez todo sería diferente. Esa tarde pensé en la sonrisa que me dedicó sin saberlo. Sólo pensé, no se trataba de otra cosa más que de un pensamiento que se desvaneció al encender la televisión. Ella en cambio, pasó la tarde con sus amigas del vecindario, les contó que me había acercado y que se había sentido nerviosa, pero sobre todo, les habló de lo que sucedió después, a la hora del receso.

Cuando sonó el timbre que avisaba el inicio de clases, le di un beso y pregunté con tono de sugerencia “¿hablamos a la hora del receso?”, ella asintió, diciendo “ajá”. Caminé derecho, erguido, lento, como quien no quiere la cosa. Ella, a dos metros, volteó a verme, como queriendo que mi mirada se encontrase con la suya.

A la hora del receso, yo averigüe de qué salón saldría ella y traté de coincidir, como accidentalmente. Por supuesto, me hice el difícil hasta que ella me saludó a distancia, como accidentalmente. No sé por qué queríamos hacer que todo pareciera como un accidente, cuando ambos sabíamos lo que buscábamos. En realidad, ella siempre me pareció distante, distante de mí, seria, importante, que no tenía tiempo para perder conmigo; porque aunque yo sabía que le gustaba, pues tampoco eso quería decir que ella me necesitara; es que se miraba tan importante, tan egocéntrica y segura de cada paso que daba, que alguien como yo, con la autoestima en picada, no tendría de ningún modo acceso a conocerla. Sólo quería saludarla, ver quién era, saber de qué se trataba esa chica que me veía de lejos, sin disimulo y con mucha transparencia de sentimientos. En fin, ese día, en el receso, ella estaba nerviosa por dentro, temblaba; la forma de reflejarlo fue la exagerada seriedad y lo similar a un témpano de hielo que se mostró. Tenía que sacarle cada palabra con técnicas de comunicación avanzadas porque ella no hacía más que contestar exactamente a mis preguntas sin poder siquiera hilvanar un proceso de retroalimentación que nos hiciera conversar más de dos minutos. Fuera del “cómo estás”, “qué tal las tareas”, no teníamos un diálogo ni nada en común que nos ayudase.

Yo pequé de galante y presumido y le dije “me contaron que querías conocerme”. El rubor volvió a notársele en las mejillas y sonreí a sabiendas de lo que sucedía en el ambiente. Ella respondió “pues si”. Me pareció atrevido de su parte. Cualquiera quizás lo negaría, simplemente cambiaría de tema o qué sé yo, preguntaría “quién te lo dijo”. Pero no, ella se armó de valor y contestó “pues si”.

Ante tal exceso de honestidad no supe cómo reaccionar, no lo esperaba, al menos no así ni tan rápido. “Pues mucho gusto”, procuré mantener la plática. Ella rió alegre y contestó “igualmente”.
Otra vez, la sonrisa de disipó con la seriedad característica de su rostro. Me preocupaba verla seria, no sabía si era por mí o qué pasaba. A la verdad al observarla de lejos parecía muy sonriente con sus amigas. Hablaba de mí y se reía, pero al estar conmigo, las muecas alegres desaparecían y todo era seriedad. Quería aparentar más edad, ser más seria, madura e importante cuando estaba conmigo. Creía que yo buscaba alguien así, alguien muy importante. Es que yo le parecía importante, serio, apático, creído, lejano, enigmático, interesante, raro, lindo y por si fuera poco, guapo. En definitiva, creía que yo era alguien lejano, calculador y que no tenía tiempo para tonterías infantiles como las de ella

“Caminemos, tengo ganas de caminar”, mentí. Ella asintió y dijo “sí, yo también”, no sé si era verdad su deseo de andar sin rumbo hablando vanalidades, pero eso respondió. En realidad yo sólo quería presumir un poco, quería que todos vieran que estaba con una chica, una chica diferente al resto de las que ya habían estado conmigo. Alguien pensaría “una más”, otro quizás me criticaría, pero en realidad quería descubrirla, desnudar un poco sus sentimientos, arañar su alma, desenterrar algo.

La sentí fría nuevamente, pero pensé que era momento de dejar de tener eso como obstáculo. Sin preámbulo alguno y sin tanta meditación, le pregunté: ¿por qué te gusto?, se ruborizó en exceso, más que las otras veces (pensándolo bien el color de su rostro cambiaba muy seguido) y ella dijo, como niña que era – y que sigue siendo – “no lo sé…, sólo me gustas”. Ese “sólo me gustas” salió de su alma, no lo dijo simplemente así, emergió de algún lugar recóndito de su ser.

Llegamos a un lugar en nuestra andada sin sentido en que no había nadie, nos encontramos completamente solos. Volteé y le supliqué que me dejara verla, sólo contemplarla, ella sonrió, volvió a ruborizarse y dijo “ay…”, pero se puso allí, se mostró.

A partir de ese día nos hicimos inseparables. Le tendí mi amistad y ella fingió que eso le bastaba. Pasaron los años, cada quien tomó su rumbo y aunque no perdimos la comunicación, el interés sí se desinfló un poco. Ella confesó que había tenido un novio, pero que la cosa no había funcionado porque él finalmente no era como parecía al principio; resultó ser un poco lento, poco hablador y ella necesitaba exactamente lo contrario.

Años después, la llamé, escuché su voz alegre al otro lado y le pregunté si podía hacer un tiempo para mí, el próximo sábado. Nos saludamos efusivamente llegada la fecha y hora acordadas, tomamos un café frío (para fingir que somos maduros, aunque en realidad a mí me gusta el café), entramos al cine contiguo a la cafetería. Y justo cuando se apagaron las luces definitivamente, para iniciar la proyección. Volteé a verla y la besé. Ella tembló, se apresuró, me abrazó como si yo fuese a salir corriendo, me presionó hacia ella, y la historia de nuestras vidas fue diferente.

Si el hubiera se convirtiera en fue.


Post data. No quise entrar en detalles porque no lo soportaría, sería demasiado cruel. La historia fue diferente, el presente es distinto. Hoy no sé quién es ella aunque la haya visto por primera vez hace muchos años, y ella tampoco. No soy suyo ni ella me pertenece. Sólo queda imaginar que todo “hubiera” sido perfecto, que talvez ahora la vida nos da una segunda oportunidad de retar al destino y nada más. Ella me quiere como desde aquel entonces y a veces yo también la quise.

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