jueves, 15 de octubre de 2009

Corazón virgen

Ella tenía el corazón virgen, pero esa noche esa condición acabaría.

Amaba al chico con todo su corazón, era el primer novio que tenía; con él experimentó su primer beso hacía unos días, con él se tomó de la mano por primera vez, y fue él mismo el primer hombre que le regaló una rosa roja, que por cierto, tenía varias espinas.

El chico fue atraído por la sensualidad inocente de ella. Por esa sonrisa timorata y su mirada de niña.

Durante mucho tiempo él fingió que la amaba, fingió que disfrutaba las inocentadas cursilescas de una chica, especialmente si se trata de una chica con el corazón virgen. Él era por demás experimentado; en realidad la experiencia era del tipo práctico. Nunca había amado ni tampoco había sido amado, pero había tenido muchas novias, lo que le hacía creer tener autoridad en el tema romántico. Error. Repetir experiencias amorosas, sexuales o como sea que se llamen las relaciones que él mantenía, no implicaba ser un conocedor del asunto. Las pelotas de fútbol son usadas en muchos partidos y no por eso saben jugar; en realidad ocupan una posición diferente.

Ella tenía sus esperanzas puestas en un futuro con él. Creía que él era perfecto y que ella era perfecta por estar con él. Se sentía segura, sin miedo, como si ya tuviera en quién confiar. Error. Ningún ser humano puede confiar en otro ser humano porque poseen la misma condición.


Esa noche habían acordado que no se verían, pero ella quiso sorprenderlo llegando a su casa. Antes de terminar el camino hasta la puerta, ella lo vio a distancia y sintió un desmayo.

Estaba con una chica conocida por todos; conocida porque gustaba de ser besada y tocada por muchos hombres sin restricción alguna. Era bonita, pero fácil.

La chica del corazón virgen sintió cómo sus sentimientos fueron ultrajados. Lloró, se sintió como una tonta, le preguntó a Dios por qué a ella le pasaban esas cosas, quiso imaginar que nunca sucedió tal desgracia. Le contó a su mejor amiga, no durmió bien los próximos días, y después, al ver al chico, no lo quiso voltear a ver, no intentó si quiera ocultar su obvio malestar.



El corazón virgen dejó de serlo. Ahora ya había experimentado su primer desaire y estaba listo para continuar, porque después de enamorarnos y desilusionarnos, SIEMPRE NOS VOLVEMOS A ENAMORAR.

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