jueves, 10 de septiembre de 2009

Resultó ser positivo

Los resultados de la prueba arrojaron tajantemente la sentencia: POSITIVO. No cabía la menor duda, los síntomas eran reflectores fieles de la realidad que ahora era imposible revertir. Miles de ideas y recuerdos pasaron por su mente. Quiso llorar y pensó en qué diría la gente. Como siempre, ese miedo estúpido de qué van a pensar los demás. Jugar con fuego fue la peor decisión; dejarse llevar por las pasiones desordenadas provocó que ahora la muerte circulara en su sangre.

Los médicos dijeron que no viviría más allá de un año. La familia se compungió, nunca hubieran imaginado que la menor de todas resultaría infectada. Nadie daba crédito a lo que estaba sucediendo. Ella no consiguió establecer quién había sido el portador – transmisor de su pena. No lograba saber quién de todos con los que había estado podría padecer del síndrome.




La pequeña historia antes relatada es un hipotético caso de una chica con una vida sexual desordenada, pero hay miles, quizá millones de personas que han sido infectadas por diversas causas sin tener responsabilidad directa o sin siquiera haber tenido el chance de evitarlo. Ánimo, en sus venas todavía corre vida, esa vida que desafía a la muerte todos los días.
En Guatemala, miles de personas se contagian de SIDA cada año. Indudablemente es una pandemia que podría evitarse, pero que cada vez resulta peor. Madres solteras, hijos huérfanos y muchos dolores. Sé que no sirve de algo, pero me gustaría saludar atentamente, con abrazo incluido, a quienes son portadores del síndrome de inmunodeficiencia adquirido.

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