jueves, 10 de septiembre de 2009

De mí

Una sonrisa y una mirada. Una palabra y un beso.

Hace muchos años yo escribía en un viejo cuaderno con espiral mientras tenía períodos libres en el lugar donde estudiaba. Escogía una esquina apropiada para acomodarme y empezaba a observar el panorama como excusa para inspirarme. Veía a las chicas subir y bajar gradas, caminar presurosas de un salón a otro; unas me gustaban, otras no tanto y algunas, definitivamente no. En esos años, escribí algo que hablaba sobre un beso. Decía “un beso significa amor, pasión, amistad, todo o nada”. Y lo recuerdo muy bien. Recuerdo que por ese entonces los compañeros y compañeras parecían obcecados por tener a quién besar; he de suponer que era el despertar a nuevas sensaciones y eso motivaba tal situación.

No digo que yo estuviera exento de esos deseos corporales, sólo estoy describiendo la situación en la que en aquel entonces me encontraba. En realidad siempre sufrí escuchando comentarios abusivos, machistas y poco hombres de varios de mis compañeros; ellos eran gente agradable, pero en definitiva al momento de hablar de chicas, perdían toda gracia y se comportaban vulgarmente, como no lo merece ninguna dama. Pero no digo eso para que ustedes piensen que soy muy educado o para sacar un “ay, qué lindo” de las mujeres, lo digo porque en medio de ese entorno, yo escribía y escribía tratando de encontrarle lo sublime a la práctica del beso que se degeneraba a mis alrededores.

O sea, mientras la mayoría solía buscar a quién besar, yo trataba de conquistar a una chica de la forma más romántica posible, aunque como era de suponerse, no me funcionó. Por supuesto, hubo quizás cuatro chicas que me interesaron de forma digamos “sobresaliente”; las cuatro, debo decir, inicialmente dijeron que yo les atraía, pero al momento de acercarme, se esfumaron. A lo mejor notaron que no era tan interesante como parecía de lejos (callado, como dijeron todas), talvez porque ese toque melancólico, romántico, poético, ambiguo de escribir resultó simplemente aburrido o quién sabe, de pronto se asustaron porque yo siempre fui muy serio en mis pretensiones. Nunca me gustó jugar; desde pequeño solía ser serio, razonador y planificador. De hecho, siempre imaginé que la primera novia que tuviera, sería la única, pero no se pudo.

Me gusta divertirme por supuesto. Pero eso no tiene relación con aprovecharse de las chicas. Lo más importante es proteger los sentimientos de la gente. El amor, mis queridos, como lo he dicho tercamente, no se razona. Lo que debe razonarse son las decisiones que se toman alrededor del amor y de los sentimientos. Debes tomar decisiones inteligentes, pensadas a partir de un hecho ilógico, inexplicable y divertido: el amor.

Pero para sonar menos filosófico y retomar la razón de este post. Aquel cuadernito, se lo regalé a la chica que inspiró iniciar a escribirlo. En realidad ella sólo era la excusa, yo amo escribir y a las letras, tanto como a una mujer. No sé si tiró el “testamento”, como lo bautizó ella, si lo guarda en un lugar especial o si simplemente se perdió. Pero a la verdad, no me importa. Ese cuaderno contenía una parte de mí y contenía la descripción de una necesidad por ella.

Después escribí otro, ya un poco más grande y relativamente maduro en la literatura. Se lo regalé a mi mejor amiga, que por aquellos años había despertado algunos intereses románticos en mí. Seguramente ella lo extravió, pero yo no soportaba tener ese cuaderno conmigo, necesitaba darlo.

Y ahora, estoy aquí, sin cuaderno de espiral, pero con un web site, dedicándole estas palabras a quienes diariamente toman la decisión de leerme. Un abrazo.

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