Querida mía:
No estás aquí, mientras escribo.
Pero de tanto que te veo
se me nublan los ojos. Las orejas
de tanto que te escucho.
Y te toco, y te huelo, y te conozco.
Y como cuando estás presente,
ocupas el lugar de mis palabras
y de mis pensamientos,
y nada encuentro en mí para decirte
sino las cosas tuyas, conocidas
las sabidos por ti cuando me quieres.
También por tu ventana
se asomará la primavera,
y en ti pondrá la mano. Sorprendida
tú de pronto, al sentirte tan viviente,
pensarás que estás triste, de tan alta
que tendrás la alegría; y en tu sangre
un brillo encontrarás, un salto
de agua despierta, un calofrío
que sin saber te llevará a sentirte
cerca de estar enferma.
Entonces, con la lengua tibia
te tocarás el paladar, los labios,
mojarás tiernamente,
y te verás despacio con curioso
ademán de doncella, que se halla
por vez primera hermosa y sola.
Será el amor como tus brazos,
y con tus brazos buscarás a ciegas.
Ya se acerca tu tiempo, ya la hora
llega de amar, la de cerrar los ojos,
mientras se manchan
bajo los brazos los vestidos ligeros;
la de encontrar amable y nueva
tu materia sensual instransferible,
tu material de todopoderosa.
No es la tristeza lo que tienes,
no la fiebre o la sed lo que te aflige.
Del aire, desde el centro de tus huesos
nace, de todas partes, otra cosa.
Son el amor y mi esperanza.
LOS DOS POEMAS SON DE RUBÉN BONIFAZ NUÑO.
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