lunes, 16 de febrero de 2009

Extracto de El Zahir de Paulo Coelho

Estamos juntos desde hace ocho años, creo que ella es la mujer de mi vida, y aunque de vez en cuando (mejor dicho, con bastante frecuencia) acabe enamorándome de otras mujeres que se cruzan en mi camino, en ningún momento considero la posibilidad del divorcio. Nunca me pregunto si ella sabe de mis aventuras extraconyugales. Nunca dice ni hace ningún comentario al respecto.
Por eso me quedo absolutamente sorprendido cuando, al salir de un cine, me dice que ha pedido permiso a la revista donde trabaja para hacer un reportaje sobre una guerra civil en África.
–¿Qué me estás diciendo?
–Que quiero ser corresponsal de guerra.
–Estás loca, no lo necesitas. Trabajas en lo que deseas. Ganas dinero, aunque no necesitas ese dinero para vivir. Tienes todos los contactos necesarios en el Banco de Favores. Tienes talento y el respeto de tus colegas.
–Entonces, digamos que necesito estar sola.
–¿Es por mi culpa?
–Hemos construido nuestras vidas juntos. Amo a mi esposo y él me ama, aunque no sea el más fiel de los maridos.
–Es la primera vez que hablas de eso.
–Porque para mí no tiene importancia. ¿Qué es la fidelidad? ¿El sentimiento de que poseo un cuerpo y una alma que no son míos? Y tú, ¿crees que jamás me he ido a la cama con otro hombre en todos los años que llevamos juntos?
–No me interesa. No quiero saberlo.
–Pues yo tampoco.
–Entonces, ¿qué historia es esa de la guerra en un lugar perdido del mundo?
–Lo necesito. Ya te he dicho que lo necesito.
–¿No lo tienes todo?
–Tengo todo lo que una mujer puede desear.
–¿Qué hay de malo en tu vida?
–Justamente eso. Lo tengo todo, pero soy infeliz. No soy la única: a lo largo de todos estos años, he convivido o entrevistado a todo tipo de 23
personas: ricas, pobres, poderosas, resignadas. En todos los ojos que se han cruzado con los míos, vi una amargura infinita. Una tristeza que no siempre era aceptada, pero que estaba allí, independientemente de lo que me decían. ¿Me estás escuchando?
–Estoy escuchando. Estoy pensando. Según tu opinión, ¿nadie es feliz?
–Algunas personas parecen felices: simplemente no piensan en el tema. Otras hacen planes: voy a tener un marido, una casa, dos hijos, una casa en el campo. Mientras están ocupadas con eso son como toros en busca de torero: reaccionan instintivamente, siguen adelante sin saber dónde está el objetivo. Consiguen su coche, a veces hasta un Ferrari, creen que el sentido de la vida está en eso y no se hacen jamás la pregunta. Pero a pesar de todo, sus ojos muestran una tristeza que ni ellas mismas saben que llevan en el alma. ¿Tú eres feliz?
–No lo sé.
–No sé si todo el mundo es infeliz. Sé que están siempre ocupados: haciendo horas extras, cuidando a los hijos, al marido, la carrera profe-sional, el título, qué hacer mañana, qué hay que comprar, qué hay que tener para no sentirse inferior, etc. En fin, pocas personas me dijeron: «Soy infeliz.» La mayoría dice: «Estoy de maravilla, he conseguido todo lo que deseaba.» Entonces les pregunto: «¿Qué lo hace feliz?» Respuesta: «Tengo todo lo que una persona podría soñar: familia, casa, trabajo, salud.» Pregunto de nuevo: «¿Ya se ha parado a pensar si eso lo es todo en la vida?» Respuesta: «Sí, eso lo es todo.» Insisto: «En-tonces, el sentido de la vida es el trabajo, la familia, los hijos que van a crecer y a dejarlo, la mujer o el marido que se convertirán más en ami-gos que en verdaderos amantes apasionados. Y el trabajo, que se acabará algún día. ¿Qué va a hacer cuando eso suceda?»
«Respuesta: no hay respuesta. Cambian de tema.
»En verdad, responden: «Cuando mis hijos crezcan, cuando mi marido, o mi mujer, sea más amigo que amante apasionado, cuando me jubile, tendré tiempo para hacer lo que siempre he soñado: viajar.
«Pregunta: «¿Pero no ha dicho que ya era feliz ahora? ¿No está hacien-do lo que siempre ha soñado?» Ahí sí, dicen que están muy ocupados y cambian de tema.
»Si yo insisto, siempre acaban descubriendo que les faltaba algo. El dueño de empresa todavía no ha cerrado el negocio con el que soñaba, al ama de casa le gustaría tener más independencia o más dinero, el chico enamorado tiene miedo de perder a su novia, el recién licenciado se pregunta si escogió él la carrera o si la eligieron por él, el dentista quería ser cantante, el cantante quería ser político, el político quería ser escritor, el escritor quería ser campesino. E incluso cuando encuentro a alguien que hace lo que ha escogido, esa persona tiene el alma ator-mentada. No ha encontrado la paz. Por cierto, me gustaría insistir: ¿eres feliz?
–No. Tengo a la mujer que amo. La profesión que siempre he soñado. La libertad que todos mis amigos envidian. Los viajes, los homenajes, los elogios. Pero hay algo...
–¿El qué?
–Creo que, si paro, la vida pierde el sentido.
–Podrías relajarte, ver París, cogerme de la mano y decir: he conseguido lo que quería, ahora vamos a aprovechar la vida que nos queda.
–Puedo ver París, puedo cogerte de la mano, pero no puedo decir esas palabras.
–En esta calle por la que estamos caminando ahora, puedo apostar que todo el mundo está sintiendo lo mismo. La mujer elegante que acaba de pasar se pasa los días intentando parar el tiempo, controlando la balan-za, porque cree que de eso depende el amor. Mira hacia el otro lado de la calle: una pareja con dos niños. Viven momentos de intensa felicidad cuando salen a pasear con sus hijos, pero al mismo tiempo el subconsciente no deja de aterrorizarlos: piensan que pueden quedarse sin em-pleo, que puede surgir una enfermedad, que el seguro médico no cumpla las promesas, que uno de los niños sea atropellado. Mientras intentan distraerse, buscan también una manera de librarse de las tragedias, de protegerse del mundo.
–¿Y el mendigo de la esquina?
–Ése, no sé; nunca he hablado con ninguno. Él es el retrato de la infeli-cidad, pero sus ojos, como los ojos de cualquier mendigo, parecen estar disimulando algo. En ellos la tristeza es tan visible que no acabo de creérmela.
–¿Qué es lo que falta?
–No tengo la menor idea. Veo las revistas de famosos: todo el mundo ríe, todo el mundo está contento. Pero como estoy casada con un famoso, sé que no es así: todo el mundo se ríe o se divierte en ese momento, en esa foto, pero de noche o por la mañana, la historia siempre es otra. «¿Qué voy a hacer para seguir saliendo en la revista?» «¿Cómo disimular que ya no tengo el dinero suficiente para mantener el lujo?» «¿Cómo administrarme para tener más lujo, para que destaque más que el de los demás?» «¡La actriz con la que estoy en esta foto riendo, de fiesta, mañana podría robarme el papel!» «¿Estaré mejor vestida que ella?» «¿Por qué sonreímos si nos detestamos?» «¿Por qué vendemos felicidad a los lectores de la revista si somos profundamente infeli-ces, esclavos de la fama?»
–No somos esclavos de la fama.
–Deja de ser paranoico, no estoy hablando de nosotros.

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