sábado, 12 de marzo de 2011

Sábado

Regresaba de la universidad.  Pude haber abordado un autobús que me llevara a la calzada principal para llegar más rápido a casa, pero elegí dirigirme al centro de Guatemala, con la misma esperanza de encontrarme en el camino con cierta persona que asegura que la salsa se baila en seis tiempos, del uno al siete (inexplicablemente el cuatro no se cuenta, no sé bien por qué).


Caminé, escuché la rifa del Benemérito Comité de Prociegos y Sordos de Guatemala, caminé.

Caminé, presuroso.  Caminé despacio.  No sabía si acelerar o frenar.  Es que quería llegar en el tiempo exacto, pero pensé luego que el destino, la casualidad o esa cosa que nos pasa a veces, se activaría.  Pasé por Pollo Campero, vi que un tipo me seguía, luego dejé mi paranoia y comprendí que no.

En la sexta avenida (popular en Guatemala) había teatro o algo así, pensé en quedarme, luego pensé que mejor no.

Llegué a la novena avenida y novena calle.  Di vueltas.  Compré una botella de agua que no necesitaba en Al Macarone (es una pizzería para quienes no saben), caminé, regresé.  Di varias vueltas, la gente me empezó a ver sospechoso. Regresé, una señora me gritaba que si quería comprar repuestos para licuadoras o que qué quería.

No hice caso.  Regresé, volteé a ver con la excusa de encontrar abierta una librería que bien sé que no abren sábados por la tarde.

Vi que un vendedor de discos piratas estaba ahí.  Compré apesadumbrado porque no hago eso.  Pedí The King's speech.

Esperé, vi el reloj continuamente.  Caminé, di otras vueltas en esa cuadra, me reí de mí.  Me burlé de mí.

Regresé.

Me acerqué a un teléfono público sólo para disimular.  Tomé el auricular, lo solté sin querer de los nervios, hizo un ruido escandaloso al estrellarse contra la base.  Los policías que casualmente estaban cerca me vieron, el vendedor de discos piratas volteó, las señoras que vendían repuestos enmudecieron.

Recogí rápido, como pude el auricular, lo colgué antes de que fuera más sospechoso o raro.

Vi de reojo sobre la novena calle.  Caminé, volteé a ver.

Eran las 17:03.

Caminé.  Pensé en regresar porque a veces la vida nos exige paciencia y que hagamos aquello, justo aquello que sentimos hacer, pero pensé "son ideas raras de gente que lee blogs románticos como el que escribo yo".  Caminé.

Paso un bus que no abordé, recordé mentalmente si aún tenía saldo en mi tarjeta.

Esperé.

Subí el otro. Puse la tarjeta prepago en el lector, la gente me veía raro (no sé por qué siempre pasa eso o quizás soy paranoico, me ven así como extraño; aunque, quizás lo hacen pues siempre entro con la mochila entre las manos y con aspecto como de no saber qué hago en ese lugar) me senté.

Volteé a ver en la esquina de la novena calle.  Me dormí.  Pensé en la persona que tiene cabello que según ella es peluca, pero que es broma.  Me dormí.

Profundo.
 
Desperté cerca de casa con el mismo pensamiento con el que me dormí.  La persona que odia la cebolla, que usa botas (en sus diferentes estilos, pero que igualmente le sientan bien).
Pensé para mí, luego de conversar con una buena amiga toda la tarde que "son charadas mías".

Llegué a casa.  Envié varios mensajes a la misma persona, compulsivamente.

Vi Google Earth, que mi hermano estaba usando.  Busqué la novena calle y novena avenida, pero sólo se ve el techo y tampoco se ve en vivo, claro.

Comí.  Me desesperé porque no recibía mensajes de vuelta a mis compulsivos envíos.

Entendí que por la hora aún estaría ocupada.

Recibí uno y a esta hora, sigo intercambiando mensajes con la misma persona que sonríe al leer esto.

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