lunes, 29 de noviembre de 2010

Mi soledad

Con el dedo índice le hice la seña de "vení acá".  Claro que lo hice suave y delicadamente.  Como quien quiere la cosa, a como dé lugar.

Ella me vio con una sonrisa que en vez de alegrarme, me confundió más.  Caminó, noté que su cabello estaba más rubio que de costumbre.  O quizás, sólo más sedoso, brilloso.  De pronto se me cruzó por la cabeza preguntarle la marca de su shampú, pero pensé que sería una locura o que sonaría a demasiado detallista para ser hombre y perfecto para ser gay (no soy homofóbico).

Y esa sonrisa quizás me confundió porque tenía una forma como de alguien que sabe que te hará daño y que cree que tú no lo sabes.  En realidad, según me dijo en una carta después, la sonrisa quería decir: me muero por besarte, sólo por probar tus labios.

Ella deseaba besarme, así, sin compromisos ni "te amos" que complicaran la cosa.  No me preguntaría qué sentía por ella, no se enojaría si no me aprendía su nombre completo, su fecha de nacimiento, el nombre de sus padres, si no trataba bien a su hermano menor y si no sacaba de paseo a su mascota.  Era un perro bulldog, por cierto.  Blanco a más no poder, tal cual fuese albino.  Pero no lo era, al menos, eso decían.

Yo quería decirle "Soledad, no te marches" (Soledad era su nombre.  Al principio, cuando nos presentaron en aquel Café Gitane pensé que para mi desgracia o diversión, después de tanta soledad, conocía a alguien que me ofrecía compañía pero que tenía por nombre Soledad, y que eso era una cosa del destino.  Después, supuse que era simple coincidencia). Dicho sea de paso, no sé por qué quería decirle que no se marchara, ella no se estaba yendo, a penas llegaba.  Soy un poco raro, torpe en esos momentos.  Además, su escote era increíblemente provocativo.  El vestido era rojo; estaba sexy, toda ella.

No me besó.  No la besé.  Sólo nos acercamos de tal forma que sentimos nuestros alientos.  El de ella, a una mezcla rara entre fresa mentolada y alcohol.  El mío, supongo que a simples Trident.

Admito que la deseé.


Tres días después, recibí una carta suya (no sé por qué no me envió un e-mail, pero me agradó la idea).

Cinco días después, me llamó (seguí sin saber por qué no usó el e-mail, a mí me parece romántico, claro y directo).

Ocho días y medio posteriores al día en que recibí su carta, la tenía frente a mi puerta con una maleta en mano.  Decidió vivir conmigo.

Ahora, mi Soledad y yo estamos juntos todos los días, todas las noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario