sábado, 18 de septiembre de 2010

Cada letra que le escribí, la hizo suspirar.

Conseguí treinta y cuatro de sus mejores sonrisas.  Y diez de sus peores enojos.

Se rió cincuenta y cinco veces a carcajadas frente a mí, debido a mis ocurrencias.  Disfruté cada una de ellas.

La hice llorar cuatro veces.  Dos de ellas cuando le expresé mi amor de una forma en que, a decir de ella, nadie lo había hecho sobre la faz de la tierra antes.

Se quedó sin palabras cada vez que la sorprendí con uno de mis regalos.

Una vez dijo "me dejaste sin palabras".  Otra vez dijo "no sé qué decirte".

Me pidió perdón diecisiete veces.  Una de ellas cuando pensó que la engañaba con otra y era mentira.  Otra vez cuando creyó que yo sólo quería "lucirme" delante de ella y que las cosas que hacía por ella eran sólo para creerme un "gran" hombre.  Ella pensaba que le daba más valor a lo que los demás pensaban de mí, que a ella y a lo que en realidad sentía.  Ella se desvaloró.  Cada cosa que hice fue provocado por su amor.  El resto de veces que me pidió perdón, fue cuando llegó impuntual a nuestras citas.

Setenta y nueve fue el número de veces que le pedí el "si".  Setenta y siete me dijo "jamás".  Una vez me dijo "a qué te refieres?" y la otra vez me dijo "si", acompañado de una sonrisa que evidenció sarcasmo.

Aún no logro contabilizar la cantidad de ocasiones en que le dije "te amo".  Tampoco sé cuántas veces se lo escribí.  No sé con precisión el número de oportunidades en que le exprese un "me gustas".

No sé tampoco cuántas horas pensé en ella.

De todos esos números, guardo uno especialmente: la primera vez que la besé.  Sentirla cerca de mí, nerviosa, como niña.  Fue niña, fue mujer y a la vez era mía.

Suspiré quinientas veces por ella (las anoté todas).  Lloré cinco días.



Te amo.

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