martes, 13 de abril de 2010

El día que te veré

Siento una debilidad que recorre todo mi cuerpo. Algo pasa en mi estómago, me da náuseas, es bastante incómodo e incontrolable la cosa, pero supongo que esta es mi condición cuando te siento cerca.

A veces los nervios son traicioneros, a veces me juegan malas pasadas; el temblor en mis manos no cesa, las múltiples ideas sobre el tema que tocaré para abrir conversación no dejan de aparecer en mi mente.

Veo el reloj, no pienso ya la hora en que aparecerás. Escucho sonidos que me hacen recordar tu llegada y mi corazón sufre sobresaltos. Recuerdo que en la clase de psicología el profesor dijo que los procesos bioquímicos que acontecen en el cerebro debido al enamoramiento tienen relación con el sistema digestivo, espanto esas telarañas científicas y reacciono para estar preparado cuando aparezcas.

Ese día por supuesto, desperté diferente. Mi horario se redujo a los minutos miserables (pero valiosísimos) que compartiré junto a ti.

Ese día claro, todo fue mejor, especial, distinto. Cada cosa la puse en su lugar con detalle. Hice lo mejor que pude para verme bien. Escuché música romántica para ambientarme y estimular mis sentimientos. Sonreí solo varias veces, me porté bien con todos para que la vida me premiara y que todo resultará excelente contigo. Todo me parecía bonito, mágico y especial.

A ratos me dolía la cabeza, me mareaba, me descomponía y me alegraba porque, por Dios!, estaba a punto de verte. En no mucho tiempo podría abrazarte, saber de ti, tenerte conmigo, besarte, decirte que otra vez, ese día, te amaba. Eso es tan maravilloso que no hay palabras para decirlo.

La vida es lo que es, sólo cuando tú estás.

Y esa vida deja de ser cuando no estás.

No estás, no estoy.

Vienes, aparezco.

El día que te veré es siempre mejor. Todo el día para unos instantes. Ya puedo dormir en paz.

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