viernes, 19 de febrero de 2010

Ese día amanecí a su lado. La vi durmiendo y necesité besarla. Se despertó justo al sentir mis labios.

No medió palabra, sólo correspondió medio apenada a ese beso.

Yo no supe si debía hablar, así que reí como loco, sin razón precisa. Ella, parecía inagotable, empezó a besarme eróticamente. No dijo nada, sólo aceleró el ritmo de su beso y ambos comprobamos que nuestra juventud nos permite darnos ciertos gustos, ciertos placeres, después de toda una noche en la que casi no dormimos.

Esa noche algo pasó. Indudablemente. Ella en realidad parecía bastante entusiasta, confundida pero segura de sí. Noté, por el color de sus mejillas, que hacía un esfuerzo físico. El hecho de tenerla literalmente sobre mí, le puso un ambiente especial al momento, una vista diferente diría yo.

Pronuncié solo esta frase: ¿podrías ser mía sólo esta noche?

No habló, actuó.


No sé. No sabe.



Tuve muchas dudas a lo largo de la noche. Dormía a intervalos. Despertaba y al verla allí, reposada a mi lado, era casi una obligación despertarla salvajemente (lo reconozco) y ella correspondía salvajemente también (deberá reconocerlo).

Justo antes de amanecer por completo mi celular hizo ruido. Era mi jefe. No me importa qué quería.

Ella no es delgada ni subida de peso, es más bien con una figura agradable. Blanca, cabello increíblemente negro.




Al final, ella se puso la ropa. Me llevó una taza de café y me dijo: ciao, no te diré mi nombre para que no me puedas buscar.


Sin embargo, dejó su olor y a mí, particularmente, me quedó su sabor, lo reconozco muy bien.

Ya veremos cómo la encuentro.

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