miércoles, 11 de noviembre de 2009

Esto lo escribí en la semana del 2 al 11 de noviembre de 2009:

Siento estrujado el corazón.

Cierro los ojos antes de escribir estas letras, pienso en Diana, imagino que cuando ella lea esto sentirá cómo su atención es atraída por leer su nombre acá, al alcance de todo el mundo y saber que estoy hablando precisamente de ella.

¿Por qué hablo de ella? (¿por qué hablo de ti?), pues todavía no lo sé.

Ayer recibí un correo electrónico de una amiga, que coincidentemente fue mi novia. Hablábamos de una chica que es mi amiga y que quiero que sea mi novia. Escribió algo así como esto: “estoy convencida de que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, siempre hay un propósito”.

Y pensé en Diana (sí, pensé en ti, o en vos, como dices a veces; me gusta cuando me tratas de vos, te siento como mi hermana, mi amiga). Pensé en ella porque creo efectivamente es una de esas personas que no llegó por casualidad a mi vida. En mi alma se abriga el sentimiento de que el mismísimo Dios quiere hacer algo en ella, cambiar su manera de pensar.

Diana es una chica que conocí hace unos ocho años aproximadamente. En realidad no la conocí ni la conozco tan bien, sólo supe su nombre, la veía de lejos y me parecía inteligente, a parte de asombrosamente seria. Ella en realidad daba la impresión de ser alguien importante, individualista, feminista, divertida, estudiosa, inteligente e inadaptada a los cánones de la mayoría de personas de su edad; parecía que no le importaban las “niñerías” que a los demás, pese a que ella era precisamente sólo una niña. Una niña que se convirtió en mujer. No sé por qué razón ella era así. En realidad yo también siempre fui un niño muy precoz, serio, no jugaba los juegos que la mayoría y prefería hacer “cosas inteligentes” acordes a mi edad, que perder el tiempo en cosas simples “acordes a mi edad”. Y a la fecha es así. Prefiero hacer algo que produzca, que estimule, que parezca mejor; a simplemente pasar el tiempo. Aunque he tratado de convencerme de lo contrario al encender el XBOX 360º que está en la sala de mi casa, el cual por supuesto, no es mío, es de mi hermano.

Pero no me interesa hablar de ella. Sólo ilustro su personalidad porque me parece importante.

Me parece que las personas bonitas como ella (hablo de su personalidad, no de su físico; y no porque físicamente no sea bonita, sino porque es importante aclarar a qué me refiero) deberían ser muy felices. Todo lo tienen controlado, exageran en la perfección de las actividades que realizan, suponen que porque ellas dan su mejor esfuerzo todo va a salir bien y, mis queridos, NO ES ASÍ.

Y hablaba de ella porque es precisamente ella quien me ha hecho tener una retrospectiva de mí mismo. Se parece a mí en algunas cosas (o quiere ser como yo, no lo sé; aunque a juzgar por el desconocimiento que tenemos el uno del otro, supongo que somos parecidos, nada más), tiene pensamientos que en esencia son como los míos, tiene sentimientos que en esencia son como los míos y eso es algo fascinante, bonito, agradable, divertido.

Y creo que ella ama casi con tanta intensidad, pasión y necesidad como yo, lo cual me conmueve. Las personas que tienen la capacidad de amar como ella son especiales, trascendentales, aunque debo reconocer que el amor de ella es egoísta, con un sentido de pertenencia muy alto.

Así que Diana, la chica seria que conocí hace mucho tiempo y que ahora ha aparecido nuevamente en mi vida para bendecirme (espero que yo también bendiga su vida), es así. Se parece a mí en muchas facetas de su vida. Me gusta que sienta, me gusta que duela.

Otra vez: por qué hablo de ella.

No hablo de ella, hablo de mí. Empecé diciendo que siento estrujado el corazón; y se me pone así porque el amor romántico, carnal, hacia otra persona, provoca eso. Amar con tanta vehemencia, dedicación, ansiedad, esfuerzo y necesidad, hacen que se estruje ese músculo que antiguamente se conocía como el cúmulo de emociones, sentimientos y pensamientos*. Y Diana, la chica que se sentaba en unas graditas con gente que parecía odiarme, creo que siente de esa forma. Ella es caprichuda, perseverante, necesita tener lo que quiere, más por el sentido de convicción de poder hacer las cosas, que por cualquier otra razón.

Cuando la veo amar, me veo a mí amando.

Cuando pienso, la veo a ella pensando.

Es una mujer (M-U-J-E-R), bien hecha, con todo lo que esa hermosa palabra implica. Tiene sus fases completas, como la luna. A veces es insoportable, a veces quieres besarla en un atardecer rojizo. Es irregular, como las mujeres intensas. Es apasionada, como sólo las mujeres entienden. Tiene vergüenzas, le da pena la mitad de las cosas que la mayoría hace o piensa hacer y además, por si fuera poco, es una soñadora empedernida como yo. Se ilusiona fácil, como los niños, lo cual es increíble. Me enamoro de la gente que tiene la capacidad de sueños y de asombro.

Yo no estoy enamorado de ella. No siento por ella una atracción romántica ni física ni espiritual a nivel relacional. Hablo de ella y la describo porque se me da la gana hacerlo. Hablo de ella porque es un excelente ejemplo hacerlo. Hablo de ella porque el día que tenía estrujado el corazón, ella apareció en mi mente y apareció porque a momentos pienso que ella también tiene estrujado el corazón cuando ama infelizmente.

Siento que ella siente como yo.

Cuando siento el amor, pienso que ella ya ha sentido eso.

Cuando creo que se me rompió el corazón (siendo muy dramático), pienso que ella ya ha sentido eso.

Ella es sensible, dramática y romántica como yo.

Je, un abrazo Dianita. Salud. Somos historias diferentes que se unieron en alguna parte, ¿cierto?





*Antiguamente “corazón” se le llamaba a la idea del cúmulo de emociones, sentimientos y pensamientos, razón por la que se determinó que “corazón” se le llamaría al órgano que emana sangre para que todo el cuerpo funcione bien. Es en realidad un símil.

1 comentario:

  1. Bueno yo tenia que djar un comentario aqui,jaja gracias por publicarlo!!!

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