jueves, 21 de mayo de 2009

De mí

Constantemente se dice que las mujeres son complejas, cambiantes, difíciles de comprender y que “nadie sabe lo que quieren”.

¿Qué es lo que ellas quieren?

Me divierto leyendo, escuchando y notando las diferencias entre hombres y mujeres. Sé que físicamente somos distintos. Desde que recuerdo me han explicado que ellas tienen ciertos cambios hormonales algunos días del mes y eso repercute en su estado de ánimo y su carácter. Sin embargo, jaja, como todo buen hombre, no siempre lo comprendo o quizás lo olvido.

La gente se ríe cuando le digo que yo tengo mis días especiales una vez al mes; pero es cierto. A veces estoy romántico, a veces insoportable y en otros momentos simplemente soy yo. Soy cambiante y, por supuesto, no lo digo como una cualidad o virtud que haya que exaltar; simplemente me describo.

A veces odio y a veces amo. A la misma persona.

A veces río y a veces soy muy serio. En el mismo lugar.

A veces quiero estar en un solo sitio y otras tantas no soporto permanecer sentado más de cinco minutos. Quiero irme lejos.

Me parece que disfruto de cierta sensibilidad manipulada por soledades aletargadas, crisis existenciales y baja autoestima. Ocasionalmente parezco ególatra, pero en realidad casi siempre pongo a todos, primero que a mí.

No soy el alma de la fiesta, pero se hace notar mi ausencia. No soy tampoco muy flemático, pero prefiero un buen libro que ver películas (especialmente si son basadas en libros). Hay un juego raro, mágico y encantador entre los cuatro temperamentos que dicen los psicólogos que existen.

En el triángulo dramático (otra vez: términos psicológicos), juego entre las tres personalidades constantemente. También suelo ser maestro y víctima. Muchas personas se han hastiado de mi personalidad de víctima, pero en realidad, huyo mucho de ella pues sólo consigue deprimirme.

A veces soy muy tímido y a veces exageradamente hablador (sacó a luz el comunicador social que hay en mí).

Pero…bueno, estaba pensando hace unos días (no recuerdo hace cuántos, por qué ni con quién o en dónde) que cuando era pequeño mis padres (especialmente él) me llevó varias veces con una psicóloga. Supongo que tenía problemas de convivencia con mi hermano. Sólo supongo, porque nunca me diagnosticaron tajantemente algo. La señora, una psicóloga muy amable, me enseñaba folletos con distintos dibujos y me preguntaba qué veía; generalmente no veía nada con claridad, sólo objetos. Al dar mi respuesta, ella anotaba presurosa en algo que parecía ser un cuaderno. Recuerdo que había una especie de sala de espera donde había muchos juguetes descompuestos y varios niños mocosos jugando. Entre ellos, claro, yo.

Y tuve una niñez apegada a lo normal lo más posible. Por supuesto, me enamoré de una maestra, pateaba a la niña que me gustaba. Pero recuerdo que siempre fui tímido, como hasta la fecha.

Eso sí, también siempre fui romántico. Siempre me gustó algo inusitado, distinto; marcar la vida de la chica. La primera vez que me gustó alguien estaba en el grado parvulario (en Guatemala le llamamos preparatoria, es para niños de entre 5 y 7 años de edad, justo antes de iniciar la primaria, nos enseñan a escribir, leer, servidores públicos, etcétera). Varios años después, estudiando el ciclo de educación básica (entre los 11 y 13 años de edad, no sé cómo sea en cada país el nombre de este ciclo, pero es justo antes de iniciar una carrera a nivel medio), la encontré. Estaba mucho más grande, no tan bonita como la recordaba.

Pero no me quiero saltar el capítulo. Había un niño, Jorge, que presuntamente era el niño más bonito de la clase. Aunque suene increíble, así era. Las niñas, cuando la maestra salía a una reunión, jugaban y le daban besos (sólo a él claro, a ningún otro niño) en la mejilla. Eso era hablar de palabras mayores. ¿Darse un beso en la mejilla?, wow!, era cosa de otro mundo. Teníamos 6 años de edad!!!

Una vez, jugando con todos, sacamos a alguien de la clase, no recuerdo a quién. O quizás era más de una persona, otro compañerito. Y para evitar que entrase, como parte del juego, había que empujar la puerta de manera que eso le impidiera al otro niño (o niños) ingresar a la clase de madera. Por cierto, olvidé mencionarlo antes, era una casuchita de madera de un gran patio de una escuela pública.

La niña que me gustaba estaba empujando la puerta. Yo NUNCA le había hablado (soy tímido, desde siempre) y me armé de valor. Me acerqué a la puerta y apoyé su causa empujando juntamente con ella. Después de dos años de estudiar juntos, que nuestras madres se conocían porque vivíamos cerca y tantas otras cosas, le hablé!!!!, creo que le pregunté su nombre. Sonrió, como si me conociera de años.

No recuerdo más.

Años después la encontré. Con sus formas perfectamente elaboradas, sonriente y atractiva para la mayoría, menos para mí. A todos les gustaba, menos a mí.

Y por cierto, yo le gustaba a ella.

Y ella lo confesó. Es en esos años de experimentación, todos quieren besarse o intentar hacerlo. Claro!, para que cuente como beso debe ser como los de las novelas. Y a mí, me daba miedo; me asustaba hacerlo mal. Pero, más que eso, yo siempre busqué algo más serio. Nunca me interesó jugar a novios o tener a quien besar. Siempre pensaba en la niña como la futura madre de mis hijos, adelantándome unos 15 años para ese entonces. Qué iluso. Pobre. Ingenuo. Idealista. Raro. Loco. O romántico. Como sea.

Hoy he escrito mucho de mí, no sé por qué.

Talvez porque estoy recordando qué me ha llevado hasta donde estoy hoy. También le gustaba (a los 12 años de edad aproximadamente, wow!, cómo pasa el tiempo de rápido) a una voluminosa niña. En serio estaba desarrollada para su edad. Todos la reconocían por eso, al menos los hombres.

Yo le gustaba. El problema es que a mí, a parte de reconocer que tenía pechos y caderas grandes, no me gustaba. Nos amistamos, a tal punto que todos nos conocían como que éramos hermanos. Yo le decía hermana y viceversa. Después me arrepentí. Pensaba que hubiera aprovechado que le gustaba y hubiera tenido hoy otra experiencia qué contar.

Pero nunca abusé de eso. Años después, hace unos dos meses aproximadamente, me contacté con ella por otra chica y me dijo que estaba “felizmente casada”. No era para menos, la voluptuosa chica debía encontrar dueño pronto, para no quemarse. Sonaba feliz, aunque deprimente ama de casa.

Había otra niña, morenita, chiquita. Yo le gustaba. Pero, para variar, a mí no. Aunque en este caso, sí debo reconocer que después, al pensarlo bien, ella habría sido la mejor opción. Era serena, estudiosa, inteligente, seria. Casi a mi estilo (aunque a veces soy todo lo contrario, busco locura, desenfreno y pasión). Pero cuando, después de casi dos años, me decidí a ir tras ella. Ella estaba muy molesta conmigo, resentida o dolida. Quizás le seguía gustando pero ya me había cerrado sus puertas.

Hubo una pelirroja a quien aparentemente le gustaba también, pero cuando vio mis pretensiones serias, como siempre, se alejó, dijo que no le interesaba. Era chiquita, fogosa, pelirroja, jaja. Curiosa. Una morenita y otra pelirroja. Una voluptuosa y otra no tanto. Hubo de todo. A todas les gustaba, pero ellas no a mí.

¿Por qué será? Eso le pasa generalmente a las chicas. Huyen cuando ven que un chico se acerca. Por miedo a lo que han vivido antes, por miedo a que no sea algo serio. Por miedo a que sea perfecto, tal como lo han soñado.

Conclusión: a veces, cuando la felicidad se transforma en algo posible, nos da miedo y huimos.

Por cierto, no digo que esas chicas hubieran sido mi felicidad. Es sólo un símil.

Chicas, no huyan, pero no sean fáciles.

Chicos, sean caballeros, no busquen aventuras fáciles.



Aurora. Por qué no te gusta lo que escribo¿?

2 comentarios:

  1. No creo que importe si me gusta lo que escribes o no, tu lo hacer para otra persona no? a ella deberías preguntarle si le gusta lo que escribes.

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  2. Bueno, no dije que me importara, sólo pregunté por qué no te gusta.

    Además no escribo para ella, dejé de hacerlo.

    Escribo para mí y para quienes deciden leerme.

    Qadesa.
    Aurora
    .

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