miércoles, 15 de septiembre de 2010

Relatos de mi vida (parte III)

Ella tenía una postura bastante elegante, erguida.  Era rellenita, blanca y tenía un lunar justo debajo del ojo derecho, el cual adornaba su rostro.

Igual que yo era sólo una niña, pero denotaba bastante altura, clase.  Era "llenita de cosas" como decimos en Guatemala, era una chica fresa, lo reconozco.

Estudiaba con su tía, por azares del destino su tía tenía la misma edad que ella.  Nunca entendí bien cómo era que había pasado tal cosa, pero de lo que sí estoy seguro es de que la tía de la chica estaba en nuestro mismo salón de clases.

Me gustaba por supuesto.  Por aquellos años yo pasaba alguna de las mejores épocas de mi vida.  Las mujeres se multiplicaban a mi favor, pero el tema es que ninguna de ellas me atraía, ninguna, excepto la imposible.  Una vez le dije a esta chica que me gustaba y puso cara de alarma, como si hubiese dicho un insulto terrible y corrió, medio en broma medio en serio, a contarle a su tía.  La tía me regañó, en broma y eso, por increíble que parezca, me partió el corazón.  Me rompió el corazón porque yo estaba seguro que le gustaba a ella.  Y cuando estás seguro de que la otra persona siente algo por ti, es más fácil expresar tus sentimientos, ya lo haces sin miedo.

Así que me dolió el corazón.

Después, apareció alguien que fue una gran ilusión para mí.  Indudablemente una de esas mujeres que no olvidaré.   Podría decir que fue tal vez la primera mujer a la que yo amé a mis doce años de edad.  Suena a cursilesco, pero es la verdad.

Ella era simpática, con una sonrisa muy bonita, pelo castaño y morena clara.  Me sentaba delante o detrás de ella, o a su lado.  Eramos amigos, muy amigos, inseparables.  Ocasionalmente yo la acompañaba a su casa y aunque ninguno de los dos dijo nada nunca, existía una atracción que nadie podía negar, era demasiado evidente, demasiado obvio.

Un Día de San Valentín, como en todos los colegios, celebramos esa actividad.  Era una especie de fiesta.  Por aquellos años los Bacsktreet Boys sonaban en toda reunión social donde hubieran chicas.

La primera chica, que inicialmente me había partido el corazón porque cuando le confesé lo que sentía por ella se quejó con su tía, se acercó ese día.  Se acercó y por primera vez en mi vida escuché aquello que se repitió algunas otras veces.  Ella formuló la siguiente pregunta: Dice Jackelin - su tía y compañera de ambos - que si ¿te gustaría ser su novio?  Yo me reí.  Pero no me reí con ganas de ofender a ninguna de las dos.  Me reí porque uno no supone que una niña diga eso y, menos, que lo mande a decir con otra.

Yo entendía que ambas me odiaban, pero me lo dijo tan seria que no había otra opción más que creerle que no se trataba de una broma.

Le respondí "decile que quiero hablar con ella".  Mi respuesta era no, pero se me hacía poco cortés mandarle un mensaje así, tan impersonal.  Parece mentira, pero eso pensaba, no sé, quizás siempre fui un poco más "maduro" de lo normal.

Ah, bueno - dijo la chica al escuchar que quería hablar con su tía - y yo tengo otra pregunta entonces: ¿te gustaría ser mi novio?

Obviamente ya no me dio risa.  Se trataba de la chica que alguna vez me gustó! pero que me rechazó! y ahora volvía a mí! Me asusté un poco porque a esa edad uno piensa muchas cosas, sobre todo en ser más grande.  Le dije que si, claro.

Pasarían unos diez minutos de eso y otra chica me llamó, una tercera, muy bonita, de muy poca estatura por cierto, y me preguntó: ¿yo te gusto?  No supe qué decirle.  Pero le dije la verdad: no.  Ella casi lloró, me dijo que había creído que quizás a mí me gustaba ella.

Esta es la parte trágica.  Luego bajé las gradas y mi mejor amiga, de la que en realidad estaba enamorado, y en quien admito sólo pensé levemente cuando le di el "si" a la otra, me vio con cara de querer asesinarme.

Dijo las palabras más dolorosas que pude escuchar aquel día "qué pura lata sos" (en Guatemala eso quiere decir algo así como: qué mala jugada me hiciste).  Yo le pregunté por qué, pero era obvio el por qué.  Yo le dije "pero nunca me dijiste nada, la que verdaderamente me importa sos vos".  Por supuesto que cualquier cosa que dijera sonaría a mentira.  Por cierto, con la otra chica jamás fuimos novios en realidad, sólo fue algo que ella dijo y que yo respondí, pero nunca pasó más que eso.  En verdad nadie me importaba más que ella pero supongo que perdimos nuestra oportunidad, por no atrevernos a hablar.

Mi mejor amiga de ese entonces se enojó y al año siguiente yo me iría a estudiar a otro lugar especializado en asuntos técnicos y la dejaría de ver.  Pero aún así regresé un día, sólo por ella.  En verdad me gustaba mucho, la quería.  Tenía novio. Pero ninguno de los dos dijo nada, yo sólo la vi allí con él.  Ella no dio explicaciones ni yo las pedí.

De pronto un día desapareció.  Según dicen viajó a un departamento del interior de mi país y nunca supe de ella.

La busqué durante años.  Pregunté donde podía estar.  Cuando trabajé en la agencia de investigación (hasta hace unos meses) todavía la busqué y no pude encontrarla jamás, por más que quise saber de ella.  Pero eso cambió hace unas tres semanas.

Usualmente en el Facebook no soy de los que se pone a "buscar amigos", de hecho, NI UNO SÓLO de mis amigos que allí aparecen, los he conseguido por solicitud mía, sino por ellos (la única que hice no me fue aceptada, así que ya no tiene caso todo lo demás).  Pero hace unas semanas la recordé y busqué su nombre y la encontré.  En realidad dudé sobre si era ella o no.  Su belleza sigue intacta, tal vez un poco mejor de lo de aquel entonces.  Su sonrisa sigue siendo bonita y ella sigue siendo alegre, con un carácter encomiable.  Su carácter lo amaba, era divertida, alegre, revolucionaria.

Por supuesto no perdí tiempo y le hablé.  Dijo que no sabía quién era yo.  Ella no sabe cuánto tiempo la busqué y lo feliz que me hacía saber de ella, aunque sea de esa forma.

Al final dijo que me ya me había recordado, pero dijo que no sabía que mi nombre era "José Pablo", pues sólo sabía que me llamaba "Pablo".  Yo en cambio le dije sus dos nombres y sus dos apellidos.  Me envió un mensaje con un frío e impersonal "cómo estás?" y a la fecha no me ha vuelto a responder.


Los dos sabemos que nos quisimos, en plena adolescencia.  Pero por cosas del destino, aprendí dos cosas: la primera, si estás interesado en alguien, olvídate de todas las demás.  La segunda, siempre ve de frente y expresa tus sentimientos.

Ninguna de ellas dos era tampoco la mía.  Todavía mantengo la esperanza de algún día poder verla frente a frente y preguntarle por qué se fue sin decirme nada.  Un día estaba y otro ya no.  Un día yo la dejé en su casa y luego desapareció.  Ya no me interesa románticamente, sólo quiero solucionar ese problema en mi alma.

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