lunes, 13 de septiembre de 2010

Relatos de mi vida (parte I)

Hace unos diez u once años empecé a hacer ejercicios con más intensidad que el resto de la gente.  Por aquellos años escolares, jugaba fútbol en donde estudiaba y nos obligaban a hacer ejercicios y uno se acostumbra, se habitúa.

Hoy, en el gimnasio, pensaba en cada chica que alguna vez me gustó.  Cuando estaba en preparatoria, tendría unos siete años de edad, me gustaba una niña morenita, con algunas pecas diseminadas en su rostro y una sonrisa picaresca (por supuesto que eso lo sé describir ahora, antes no).  Nunca le hablé.  Nunca me atreví, en esos años uno no se acerca a las niñas más que para patearles la espinilla o algo así.

Una vez se supo que ella y un compañerito llamado Jorge (ahora que lo pienso debió ser el hijo del diablo) se habían dado un beso.  Un beso en la mejilla claro, pero cuando tienes siete años y te gusta una niña de tu clase, eso es doloroso.  Así que me entristecí.

Una vez, una sola vez me dirigí a ella.  Fue en una ocasión en que estábamos jugando y algunos compañeros de afuera del aula empujaban la puerta y los que estábamos adentro impedíamos que entraran.  Así que esta niña y yo coincidimos en estar entre los de adentro.  Y mientras ambos empujábamos con toda nuestra fuerza tal puerta, como tonto, de repente, le dije "usted vive por mi casa verdad?" ella sonrió y dijo que sí.  Es que para colmo de colmos, ella vivía cerca de mi casa y nuestras mamás se conocían.

Por cierto, nos tratábamos de usted porque esa era la costumbre.

Pasaron los años y no supe de ella.  Al llegar a la secundaria la encontré.  Seguía morenita, con más pecas de lo habitual y picaresca.  Yo le gustaba.

Le gustaba, pero sólo al principio. Luego supongo que notó que era aburrido y se olvidó por completo de mí.

Y esta parte se repite en mis historias.  Siempre les caigo simpático, soy casi perfecto, pero algo les impide acercarse.  Algunas amigas me han dicho que es porque soy muy serio y profundo; otras que porque soy muy exigente y a todas les da miedo fallar a la hora buena.

No sé.  Y la verdad, no me importa tanto.

Hoy está casada, según sé.  Así que está anulada de mi lista: no era ella.

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