domingo, 6 de junio de 2010

Extracto del libro

Así, por segunda vez el chico se enamoró y aunque en esta ocasión, tuvo más suerte, el resultado seguía siendo el mismo: soledad. Esa soledad que, por supuesto, a los veintitantos años es relativa. Podría tener a una, o a varias chicas, cuando lo quisiera. No era feo, tenía buen sentido del humor, olía bien y hasta hacía ejercicios, no muchos, pero sí los suficientes para tener un cuerpo decente. Además, y por si fuera poco, la dentadura era perfecta. Dientes color marfil, rectos como regla o como chicles de pastilla y parecía moralmente sano, es decir, no era un asesino, un drogadicto o alguien impresentable frente a la familia, en el caso hipotético de que eso fuese estrictamente necesario. A nadie le gustaría presentarle a su abuela o a su madre un chico abruptamente extraño. Dependiendo del vestuario, pasaría por un caballero o por alguien verdaderamente desfasado con la moda.
Pero a pesar de sus múltiples atributos, estaba en el penúltimo año de su carrera y no pensaba demasiado en el amor. Aunque él solía decir que, a la verdad, era el amor quien no pensaba tanto en él. Nunca tuvo ocasión de levantar los libros de una chica mientras sus cabezas chocaban y al verse sonreían y de pronto el amor a primera vista holliwoodense se hacía presente; jamás en sus años alguien le cayó lo suficientemente mal como para terminar enamorándose de ella porque “los polos opuestos se atraen”, nada de eso. Él era una persona común y corriente. Sin sobresaltos. Un día, un buen día, salió a comprar, necesitaba hidratarse y desaburrirse del curso anterior. Ese día, su historia fue alterada.

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