jueves, 24 de septiembre de 2009

Otro relato

Stephanie abrió sus ojos más de lo normal. Ambas pupilas estaban temblorosas, brillantes, acalladas e irradiaban ternura.

Abrió sus ojos como respuesta al nerviosismo que le provocaba tener tan cerca al chico que consiguió que la noche anterior ella pensase en él excitada, justo antes de dormir. Sí, cerró sus ojos excitada, con un deseo ardiente recorriendo su cuerpo por sentir una caricia de aquel chico. Cuando él se acercó sin dar aviso para susurrarle algo al oído, ella quiso atrincherarlo con un beso y saciar de algún modo la ansiedad por hacerlo suyo. Pero decidió sólo quedarse inmóvil. Decidió no actuar, sólo dejó que su cuerpo reaccionase tal cual quisiera y notó que quedó a punto de experimentar un orgasmo. Esa respuesta erótica que sólo podía ser provocada por un estímulo sexual lo suficientemente fuerte e inteligente. Un orgasmo que ella anhelaba. Ella deseaba hacía varias noches que él provocara un éxtasis de placer en su organismo con sólo verla, con sólo acercase. Sería un privilegio. Quizás él no la tocase si quiera, talvez una mirada, de pronto acariciar sus labios, algo, sólo una buena excusa para dejarse enloquecer por el placer que por alguna misteriosa razón le daba ese hombre sólo con estar allí.

Las personas creen que no es común que las mujeres deseen. Y se equivocan. Las mujeres desean con más intensidad que los hombres, sucede nada más que ellas son menos obvias y sus deseos son más puros, más infundados en una atracción existente, que en la necesidad de satisfacer un simple capricho carnal.

Stephanie constantemente lograba excitarse mucho con sólo pensar en lo que podía haber pasado y no pasó. No conocía aún con certeza qué era lo que le gustaba del chico, era un misterio que sólo notaba al ver el fulgor de sus ojos. Estaba dispuesta a entregarle su cuerpo, dejarse poseer por ese hombre que misteriosamente hacía emigrar pasiones sin inhibición de su ser.

Una tarde de lluvia por fin se besaron. Al principio fue una caricia boca a boca muy suave, después fue algo más apasionado. Se sintieron el uno al otro. La última vez que él la beso con ternura, ella tuvo un orgasmo que casi hace que pierda el control en la calle. Él sólo susurro un “te amo” y eso hizo que ella culminase la fase del preámbulo sexual. Ese “te amo” que es más excitante que cualquier penetración para la mujer. Ese “te amo” que logra una revolución sentimental y carnal en las mujeres, especialmente si tienen la sensibilidad a flor de piel como Stephanie.

En ese momento, ella contestó ese “te amo” con un “quiero que me hagas tuya”. El chico no supo qué pensar, pero definitivamente sus ideas se alejaron de lo sublime y lo espiritual, que era a lo que ella se refería. Es que ella no hablaba del mero ejercicio del coito, sino de determinar su cuerpo y a caso su alma a ser de ese chico que consiguió todo de ella, cuando no pidió nada; que excitó su cuerpo, sin siquiera tocarlo. Él no sabía, como la mayoría de los hombres, que la forma de enloquecer a una mujer y despertar su sexualidad, radica en lo opuesto de lo que casi todos creen.

Una rosa, es un símbolo de amor. Un simple presente para un hombre, pero para una mujer puede convertirse en el artefacto que la haga tomar una decisión trascendental. Es más que un presente, es algo tan romántico que consigue excitar su cuerpo. A diferencia de los hombres, las mujeres tienen una conexión casi directa entre lo sexual y lo romántico. Es por eso que son mejores amantes, más intensas y mucho más fieles.

Ella tuvo un orgasmo sin pensarlo, aunque lo deseaba. Después vino otro y justo cuando estaba por reponerse, apareció el tercero.
No se trataba de un beso, tampoco de una caricia y el asunto más importante ni siquiera eran los orgasmos en sí, se trataba de una conexión más importante, de hacerle saber al chico que era suya, que podía pedirle cualquier cosa y ella lo haría; se trataba de mezclar lo confuso con lo extraño, era una comunicación sin palabras, darse un abrazo. A ella no le importaba nada, sólo quería darse, tenerlo dentro de ella aunque fuera por unos segundos. Ser su amante y su amiga. Stephanie sentía nervios, confusión estomacal y una revolución dentro de sí al sentir al chico cerca. Soñó con él un par de veces, lo veía acercarse, acariciarla sin sentido y hacerle el amor con fuerza. Nunca se atrevió a contarle ese sueño, era su secreto más íntimo, de esos que acompañan a las mujeres hasta la tumba…

Continuará…

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