¿Cómo es el amor?

Una vez, me contaron, que lo vieron pasar por una calle concurrida de Guatemala. Otra vez, que de noche se aparece, con destellos de luz, que se apaga y se enciende, que ilumina y aturde.

Pero la verdad, no lo he visto, no lo conozco.

Dicen que canta. Por cierto, que no tiene muy buena voz, pero enternece. Que hay una canción para cuando está y otra para cuando simplemente, sin razón inteligente, decidió irse.

También cuentan que sabe, o al menos intenta, escribir. Que pone como excusa las mariposas en el estómago, cuando hace letras o dibuja corazones en las hojas. Y también, una de sus primeras excusas es cuando no siente nada, reclama y reclama.

De su forma, no sé mucho. Dicen que tiene un aire picaresco, encantador, galante sobre todo. Sí, muy galante, no entiendo bien por qué. Es un poco engreído, indeciso de pronto. Claro, las mujeres padecen más del síndrome del romanticismo, el cual por cierto, lo provoca este mismo: el amor.

Ahora bien, nadie escapa del romanticismo. Las rosas son románticas para las mujeres, pero ¿quién las regala?, pues un hombre.

Las cenas con velas son románticas para las mujeres, pero ¿quién las organiza?, los hombres.

Entonces, ¿quiénes son románticos, los hombres o las mujeres? La respuesta no supone tanta inteligencia: ambos.

Pero en fin, cómo es el amor. No, no sé.

Quién es. No, tampoco sé.

Aunque he tenido informes que a veces daña y a veces altera, que siempre gusta y desnuda. Que seduce y atrapa, que juega y emociona. Que alborota, que enloquece. Y cuando finalmente requiere sabiduría, tensión e inteligencia, son buenas noticias, el huésped fantasma, ha tomado una decisión: se quedará para siempre.